martes, 1 de julio de 2008

Otras voces

Les pido a los coordinadores de albergue que puedan escribir sus impresiones para compartirlas en este espacio.
Giovani escribe...
El viernes pasado en la noche comenzamos el albergue con una sorpresa muy grata, pero que a la vez planteaba nuevos desafíos: llegaron más de cuarenta personas a realizar voluntariado. En un principio, explicamos rápidamente los aspectos esenciales a tomar en cuenta, para luego distribuir a los voluntarios en aquellos sectores de mayor necesidad: puerta, patio, comedor, gimnasio.
Me impresionó ver a dos voluntarias “casi niñas” de no más de dieciocho años, hacerse cargo de la inscripción en la puerta, realizar muy bien su trabajo, acoger con cariño y a la vez con firmeza en situaciones difíciles.
Me impresionó ver a voluntarios mayores, apoderados de un colegio particular, con una sonrisa de oreja a oreja en el gimnasio, entregando las frazadas y ayudando a acostar a los usuarios con más dificultades físicas y mentales.
También me llamó la atención ver cómo detectaban en el patio a las personas más envejecidas o enfermas, algunas de ellas orinadas o con sus ropas mojadas, para buscar una solución momentánea a través del cambio de ropa o el acompañamiento a enfermería.
Si bien todos estaban dispuestos a escuchar, acompañar y conversar con quien lo solicitara en el patio, ya fuera para plantear alguna queja, contar su historia o hablar de la vida misma, me quedó dando vuelta la actitud de una de estas voluntarias, quien después de un largo rato acompañándome en el patio, conversando con uno y otro usuario, se quedó observando a la distancia a un hombre mayor, de unos cincuenta años, sentado en la oscuridad en un rincón aislado.
Busqué su punto de atención y pude fijarme en él. Aquella persona llevaba una infinita tristeza en sus ojos. La voluntaria me comenta: “Ese señor lo debe estar pasando muy mal”.
Ella se acercó despacio hacia él, se sentó a su lado y le sonrió. El señor también lo hizo.
Giovani Carmona

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